El elevado coste de la migración

La migración de las aves es uno de los procesos naturales que más interés despierta tanto a científicos como a observadores y aficionados. La capacidad que tiene este grupo de seres vivos de recorrer largas distancias como estrategia para garantizar una mayor supervivencia está llena de peculiaridades y detalles sorprendentes.
En nuestro ámbito, muchas especies de aves recorren largas distancias cada año para reproducirse, desplazándose en el periodo de nidificación a localidades situadas al norte de los lugares en los que pasan el resto del año. Las razones que motivan este patrón de conducta en algunas especies y poblaciones de aves —no todas son migratorias— son básicamente energéticas. Los días más largos que se dan en latitudes norteñas conforme llega el verano proporcionan mayores oportunidades a las aves para obtener alimento y garantizar así el éxito de sus polladas. La mayor extensión de las horas de luz permite a muchas aves diurnas producir nidadas más grandes que las de especies no migratorias que permanecen en las latitudes del sur, donde la duración del día apenas cambia en todo el año. Sin embargo, a medida que los días se acortan conforme avanza el otoño, las aves migratorias se ven obligadas a regresar a las regiones cálidas del sur, donde el suministro de alimento disponible varía poco a lo largo del año.
A pesar de las dificultades que entraña tener que recorrer distancias tan largas —muchas especies cubren más de 4.000 kilómetros en cada desplazamiento—, la recompensa que se obtiene por ello es superior a los riesgos que conlleva la migración y al coste energético que supone.
Uno de los mayores riesgos naturales con los que se enfrentan las aves en su migración tiene que ver con las condiciones atmosféricas. La ocurrencia de fenómenos meteorológicos adversos es una de las causas que pueden poner fin a su viaje. Los fuertes temporales, como el registrado la semana pasada, que llegan a afectar a amplias regiones del Mediterráneo occidental, constituyen sin duda un obstáculo casi infranqueable para un pequeño paseriforme en migración activa durante la noche.
Aves orilladas tras el temporal
Coincidiendo con el primer gran temporal de levante de este otoño, iniciado el pasado 4 de noviembre, se ha registrado una importante arribada de paseriformes muertos en las playas de L’Albufera. Después de este episodio, tras recorrer mil metros de playa en el Recatí (València), se han encontrado 47 aves varadas en la orilla por el fuerte oleaje —un promedio de 4,7 paseriformes cada 100 metros recorridos—.
Las aves encontradas pertenecen a ocho especies diferentes. Entre las más numerosas, destacan el petirrojo europeo Erithacus rubecula, con 23 ejemplares que suponen el 48 por ciento de las aves identificadas, y la curruca cabecinegra Sylvia melanocephala, que, con 9 aves, constituyen el 20 por ciento. Además se han hallado pinzones, currucas capirotadas, estornino pinto… Estas aves encontradas en la playa seguramente se vieron sorprendidas por el frente de tormentas en plena travesía sobre el mar.
Sucesos similares se han registrado en contadas ocasiones en nuestro litoral en los últimos años (más información aquí). En 2007, tras un fuerte temporal en octubre, se registró un promedio de 21,2 paseriformes por cada 100 metros de costa recorrida y en octubre de 2008 la cifra obtenida tras el temporal fue de 7,3 paseriformes cada 100 metros recorridos. En ambos casos, el petirrojo europeo y el zorzal común fueron, con diferencia, las especies más numerosas. Estas cifras permiten hacerse una idea de la magnitud del impacto que este tipo de fenómenos atmosféricos puede tener sobre las aves migrantes y de lo complicado y arriesgado de realizar este extraordinario desplazamiento cada año.